Donde el diablo perdió el poncho
Llega marzo y luego de un mes casi sin actividad vuelve el teatro a las salas de Santiago. Uno de los espacios que para la temporada 2011 presenta una propuesta atrevida es el ya clásico Lastarria 90. Para este primer semestre anuncia el estreno de ocho obras de compañías emergentes, las que luego de una selección, en el que participaron 79 proyectos, fueron elegidas por Manuela Infante y Luis Barrales, quienes estuvieron a cargo del proceso. Sólo una aclaración respecto a este punto me parece pertinente: en varios sitios y publicaciones se ha catalogado a este ciclo como “vanguardia”. Hay que tener cuidado con catalogar estas obras de “vanguardistas” solo por ser “emergentes”, ambas cosas no son lo mismo, pues mientras lo primero dice relación con el carácter rupturista de las obras, en términos estéticos, artísticos o políticos, lo segundo sólo dice relación con que las compañías son nuevas. En otras palabras, las obras de este ciclo pueden ser emergentes sin ser vanguardistas (para eso habría que verlas primero).Tal es el caso de “Donde el diablo perdió el poncho” obra que abre la temporada en esta sala, y la primera de este ciclo: difícilmente podríamos decir que se trata de una propuesta vanguardista. De la novel compañía Teatro Bajo Mundo, “Donde el diablo…” está jugada en clave naturalista en términos escénicos[1] y propone un estilo realista en las actuaciones. Basada en el libro “Ser niño huacho en la Historia de Chile, siglo XIX”, del historiador Gabriel Salazar, cuenta la historia de dos niñas y un niño, hermanos, abandonados en una choza en el valle de Illapel cerca de 1850. La fábula es tomada del caso con que Salazar comienza su libro, que analiza la condición del “huacho”, como figura paradigmática de la historia chilena: nacidos en un parto múltiple, su madre murió al dar a luz, y luego de ser inicialmente ayudados por el gobierno de Manuel Bulnes, los encontramos años después en la inopia más absoluta sin ayuda del gobierno ni de su familia. Resulta inevitable comparar esta historia con una de las obras más trascendentales del teatro chileno de las últimas décadas: Las Brutas, de Juan Radrigán. Las similitudes son muchas, en el caso de las brutas se trata de tres hermanas, que al igual que nuestros personajes, están embrutecidas por la miseria y la falta de mayor contacto con otras personas, todo esto agudizado por el paisaje, que se comporta como una metafórica celda de la cual cuesta mucho escapar en busca de nuevos caminos.
En el ámbito de lo actoral, a pesar de que los personajes son trabajados dentro de los parámetros del realismo, lo que se evidencia en los muchos detalles notables de las diferentes interpretaciones, estos no logran escapar del “tipo”: son muchas las obras en que un personaje pobre y de una zona rural, da lo mismo si es del extremo sur o de la cuarta región, es interpretado de forma similar a los de “Donde el diablo…”.A pesar de algunos elementos que pueden ser cuestionables en la puesta en escena (como el injustificado anacronismo en que cae, al introducir una radio en la fábula[2] y el a ratos excesivo recurso del grito) la pieza a ratos entretiene, y cuenta con un par de interpretaciones realmente notables, pero quizás lo más destacable de la primera pieza de la Compañía de Teatro Bajo Mundo es que es una obra que asume riesgos en lo escénico. Ya lo decíamos, no se trata de una obra vanguardista, pero presenta una gran pulcritud y un alto nivel de perfección en el uso del espacio, lo que es sin duda resultado de mucho ensayo y trabajo. 
Punto aparte es la notable interpretación de la música, en el arpa, de Manuel Espinoza, que revela su conocimiento de la música popular chilena y que aporta frescura a la pieza, convirtiéndose en uno de sus puntos altos.Cuando hablamos de “teatro emergente”, uno de los problemas a los que nos enfrentamos, es la falta de continuidad que suelen tener muchos de los grupos que se forman al salir de las escuelas de teatro. Por ejemplo, todos los aspectos destacables que se encuentran en un estado germinal en esta compañía pueden derivar en una búsqueda estética consistente, si se mantiene unido en el tiempo, lo que por cierto, es altamente deseable.
Lugar: Lastarria 90, a pasos del metro Universidad Católia
Funciones: del 10 de Marzo al 3 de Abril
Horario: Jueves a Sabado 21:30 hrs. Domingo 20:30 hrs.
Valores: General $3500, Estudiantes y Tercera Edad $2000
Reservas: 777 41 672 – 918 96 025
Autor y Director: Carlos Espinoza
Elenco: Romina Romero, Omar Pino, Coca Miranda, Gustavo Yáñez, Benjamín Mathey
Iluminación: Nicole Ojeda
Iluminación: Teatro Bajo Mundo
Producción: Teatro Bajo Mundo / Los Teleconserjes
Diseño Gráfico: Sebastián Escalona
[1] Silvio D´Amico sintetiza el naturalismo señalando que “Todo debe ser real en el escenario; verdad las paredes, las puertas y las ventanas; verdadera la tienda, verdadera la farmacia, verdadera la carnicería con un verdadero mostrador y verdaderos cuartos de res; verdadero el comedor, con sopa de verdad que humea y difunde en el teatro su olor”. [2] No se trata de fundamentalismos de ningún tipo: realmente no se justifica el uso de ese aparato inventado recién setenta años después de la época de la fábula, pues aparece forzado y traicionando la propia poética que la pieza propone. Un respetable maestro del teatro de nuestro país, al referirse a elementos innecesarios y antojadizos en la puesta en escena, les llama “choresas” del director. 
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